viernes, 22 de febrero de 2013

El libro de la selva


Un lobo encontró llorando en la selva a un cachorro de hombre que había sido abandonado. Lo llevó a su guardia y la loba lo crió junto con sus lobatos. Lo llamaron Mowgli. 

   Un día Shere Khan, el temido tigre, se asomó a la guarida y prometió comerse a Mowgli al menor descuido, pues odiaba a los hombres. 

   Akela, el lobo gris, Bagheera, la pantera negra, y Baloo, el sabio oso, enseñaron al niño los secretos de la selva. Y Mowgli aprendió el idioma de los animales, a nadar, correr y trepar. 

   Una tarde, los monos charlatanes lo raptaron y lo llevaron a la ciudad antigua. Después de una larga pelea, Baloo, Bagheera y Kaa, la pitón, que hipnotizaba con su danza, lo rescataron. 

   Pasó el tiempo. Un día, el tigre Shere Khan reapareció más fiero que nunca, dispuesto a cumplir su promesa de despedazar al cachorro de hombre. Pero Mowgli ya no era un ser indefenso: mandó a dos manadas de búfalos contra él, y el tigre murió aplastado. Así fue como el cachorro de hombre, junto a su amigo el elefante Hathi, se convirtió en el nuevo rey de la selva. 

   Todos le respetaban y temían. Una vez invadió la selva una jauría de perros salvajes hambrientos, que mataban a todos los animales que encontraban a su paso. Mowgli los desvió a los dominios del pueblo diminuto, habitado por innumerables abejas que los acribillaron a picotazos. 

   Y un año más llegó la estación del lenguaje nuevo, la primavera, y Mowgli se encontró por primera vez en su vida solo y triste, y lloró. 

   Descubrió a lo lejos la aldea de los hombres. Vio el humo de las hogueras, oyó los cantos y las risas y sintió un gran deseo de acercarse. 

   Bagheera, Baloo, Kaa, Akela y Hathi le explicaron que cada uno debe vivir con los de su especie para ser feliz y que, como él era un hombre, debía vivir en la aldea. 

   Le cantaron la canción de la despedida y le dijeron que quizá allí encontraría a su verdadera madre, y quizá..... también encontraría una compañera. 

   Al acercarse al poblado, Mowgli empezó a ver chicos y chicas como él, y no se sintió tan solo. Para él empezaba una nueva vida, pero nunca olvidaría a sus amigos.

La liebre y la tortuga 



En el centro del bosque había un amplio círculo, libre de árboles, en el que los animales que habitaban aquellos contornos celebraban toda clase de competiciones deportivas.

   En el centro de un grupo de animales hablaba la bonita y elegante Esmelinda, la liebre:

- Soy veloz como el viento, y no hay nadie que se atreva a competir conmigo en velocidad.

   Un conejito gris insinuó, soltando la carcajada y hablando con burlona ironía:
- Yo conozco alguien que te ganaría...

- ¿Quien? - Preguntó Esmelinda, sorprendida e indignada a la vez.

- ¡La tortuga! ¡La tortuga!

   Todos los allí reunidos rompieron a reír a carcajadas, y entre las risotadas se oyeron gritos de: "¡La tortuga y la liebre en carrera! ¡Frente a frente!

   En el centro del grupo la liebre alzó su mano para ordenar silencio.

- ¡Qué cosas se os ocurren! Yo soy el animal más veloz del bosque y nadie sería capaz de alcanzarme.

   Y se alejó del lugar tan rápidamente como si tuviera alas en los pies. La liebre se dirigió al mercado de lechugas, pues la tortuga era vendedora de la mencionada mercancía, y se aproximó a la tortuga contoneándose:

- Hola tortuguita, vengo a proponerte que el domingo corras conmigo en la carrera.

La tortuga se le quedó mirando boquiabierta.

- ¡Tú bromeas! Yo soy muy lenta y la carrera no tendría emoción. Aunque, ¡quién sabe!

- ¿Como? Pobre animalucho. Supongo que no te imaginarás competir conmigo. Apostaría cualquier cosa a que no eres capaz.

- Iré el domingo a la carrera.

Una vieja tortuga le dijo:

- Tu eres lenta pero constante...; la liebre veloz, pero inconstante ve tranquila y suerte, tortuguita.

El domingo amaneció un día espléndido. En el campo de los deportes reinaba una gran algarabía.

- ¡Vamos, retírate! - le gritaban algunos a la tortuga. Pero la tortuga, aunque avergonzada no se retiró.

La liebre, después de recorrer un trecho se echó a dormir y cuando despertó siguió riendo porque la tortuga llegaba entonces a su lado.

- ¡Anda, sigue, sigue! Te doy un kilómetro de ventaja. Voy a ponerme a merendar.

   La liebre se sentó a merendar y a charlar con algunos amigos y cuando le pareció se dispuso a salir tras la tortuga, a quien ya no se la veía a lo lejos.

   Pero, ¡ay!, la liebre había sido excesivamente optimista y menospreciado en demasía el caminar de la tortuga, porque cuando quiso darle alcance ya llegaba a la meta y ganaba el premio.

   Fue un triunfo inolvidable en el que el sabio consejo de una anciana y la preciosa virtud de la constancia salieron triunfales una vez más.

La gallina de los huevos de oro





Érase un labrador tan pobre, tan pobre, que ni siquiera poseía una vaca. Era el más pobre de la aldea. Y resulta que un día, trabajando en el campo y lamentándose de su suerte, apareció un enanito que le dijo:

   -Buen hombre, he oído tus lamentaciones y voy a hacer que tu fortuna cambie. Toma esta gallina; es tan maravillosa que todos los días pone un huevo de oro.

   El enanito desapareció sin más ni más y el labrador llevó la gallina a su corral. Al día siguiente, ¡oh sorpresa!, encontró un huevo de oro. Lo puso en una cestita y se fue con ella a la ciudad, donde vendió el huevo por un alto precio.

   Al día siguiente, loco de alegría, encontró otro huevo de oro. ¡Por fin la fortuna había entrado a su casa! Todos los días tenía un nuevo huevo.

   Fue así que poco a poco, con el producto de la venta de los huevos, fue convirtiéndose en el hombre más rico de la comarca. Sin embargo, una insensata avaricia hizo presa su corazón y pensó:

   "¿Por qué esperar a que cada día la gallina ponga un huevo? Mejor la mato y descubriré la mina de oro que lleva dentro".

   Y así lo hizo, pero en el interior de la gallina no encontró ninguna mina. A causa de la avaricia tan desmedida que tuvo, este tonto aldeano malogró la fortuna que tenía.

El traje del emperador 



Hubo una vez un emperador que era muy presumido, sólo pensaba en comprarse vestidos. Tenía un grupo muy numeroso de sastres que constantemente le hacían nuevos ropajes, porque deseaba ser el emperador mejor vestido de todos los reinos del mundo.

   Cierto día llegaron al palacio imperial dos pícaros muchachos, pidiendo ser recibidos por su majestad. Decían que eran unos afamados sastres que venían de lejanas tierras. El emperador, al conocer la noticia, les hizo pasar inmediatamente.

- Majestad, hemos traído una tela que es una maravilla -dijo uno de los pícaros.

- No la pueden ver los ignorantes, pero a los inteligentes les gusta mucho -dijo el otro.

   El emperador se entusiasmó con lo que decían y pidió a los falsos sastres que le comenzaran inmediatamente un vestido con aquella tela, que enseñaría a todo el mundo.

   Los pícaros pidieron para los gastos grandes sumas de dinero y joyas valiosísimas. Hacían creer que cortaban y cosían el vestido, cuando, en realidad, no cosían nada. Y aquellos que lo veían, para que no les llamaran ignorantes, decían que era un vestido muy original.

   Llegó el día en que el emperador fue a probarse el famoso vestido. Cuando se lo presentaron quedó admirado. ¡No veía el vestido! Y para que sus súbitos no pensaran que no era inteligente, decidió disimular.

   Todo el pueblo esperaba que pasara el emperador, ya que tenía gran curiosidad sobre cómo sería el majestuoso ropaje. Entonces apareció el emperador. Iba caminando desnudo ante el asombro de todos.

   Un gran silencio se hizo en la calle, pero nadie dijo nada para que no se le llamara ignorante. Sólo un niño, con su inocencia, dijo:

- ¡Mirad, mirad, el emperador va desnudo!

   Ante esto, todo el mundo dijo lo mismo y el emperador sintió mucha vergüenza. Fue un día triste para él, Aprendió una gran lección: Lo immportante en esta vida no son los ropajes, sino ser sincero en todo lo que haces.

El gato con botas


 

   Érase una vez un viejo molinero que tenía tres hijos. Acercándose la hora de su muerte hizo llamar a sus tres hijos. "Mirad, quiero repartiros lo poco que tengo antes de morirme". Al mayor le dejó el molino, al mediano le dejó el burro y al más pequeñito le dejó lo último que le quedaba, el gato. Dicho esto, el padre murió.

   Mientras los dos hermanos mayores se dedicaron a explotar su herencia, el más pequeo cogió unas de las botas que tenía su padre, se las puso al gato y ambos se fueron a recorrer el mundo. En el camino se sentaron a descansar bajo la sombra de un árbol. Mientras el amo dormía, el gato le quitó una de las bolsas que tenía el amo, la llenó de hierba y dejó la bolsa abierta. 

   En ese momento se acercó un conejo impresionado por el color verde de esa hierba y se metió dentro de la bolsa. El gato tiró de la cuerda que le rodeaba y el conejo quedó atrapado en la bolsa. Se hecho la bolsa a cuestas y se dirigió hacia palacio para entregársela al rey. Vengo de parte de mi amo, el marqués Carrabás, que le manda este obsequio. El rey muy agradecido aceptó la ofrenda.

   Pasaron los días y el gato seguía mandándole regalos al rey de parte de su amo. Un día, el rey decidió hacer una fiesta en palacio y el gato con botas se enteró de ella y pronto se le ocurrió una idea. "¡Amo, Amo! Sé cómo podemos mejorar nuestras vidas. Tú solo sigue mis instrucciones." El amo no entendía muy bien lo que el gato le pedía, pero no tenía nada que perder, así que aceptó. "¡Rápido, Amo! Quítese la ropa y métase en el río." Se acercaban carruajes reales, era el rey y su hija. 


   En el momento que se acercaban el gato chilló: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡El marqués Carrabás se ahoga! ¡Ayuda!". El rey atraído por los chillidos del gato se acercó a ver lo que pasaba. La princesa se quedó asombrada de la belleza del marqués. Se vistió el marqués y se subió a la carroza. El gato con botas, adelantándose siempre a las cosas, corrió a los campos del pueblo y pidió a los del pueblo que dijeran al rey que las campos eran del marqués y así ocurrió. 


   Lo único que le falta a mi amo -dijo el gato- es un castillo, así que se acordó del castillo del ogro y decidió acercarse a hablar con él. "¡Señor Ogro!, me he enterado de los poderes que usted tiene, pero yo no me lo creo así que he venido a ver si es verdad." El ogro enfurecido de la incredulidad del gato, cogió aire y ¡zás! se convirtió en un feroz león. "Muy bien, -dijo el gato- pero eso era fácil, porque tú eres un ogro, casi tan grande como un león. Pero, ¿a que no puedes convertirte en algo pequeño? En una mosca, no, mejor en un ratón, ¿puedes? El ogro sopló y se convirtió en un pequeño ratón y antes de que se diera cuenta ¡zás! el gato se abalanzó sobre él y se lo comió. 


   En ese instante sintió pasar las carrozas y salió a la puerta chillando: "¡Amo, Amo! Vamos, entrad." El rey quedó maravillado de todas las posesiones del marqués y le propuso que se casara con su hija y compartieran reinos. Él aceptó y desde entonces tanto el gato como el marqués vivieron felices y comieron perdices.

Rapunzel 





   Había una vez un matrimonio que vivía junto a la casa de la Maga Violenta. La mujer estaba esperando un niño. Ella y su marido estaban muy contentos al pensar en el hijo que iban a tener. La mujer solía asomarse a la ventana y mirar hacia el jardín de la maga Violenta. Y un día, vio un hermoso plantel de rapónchigos y se le antojó comer una ensalada. Le dijo a su marido: "En el jardín de nuestra vecina hay unos rapónchigos hermosísimos. 

   Si no puedo cenar una ensalada hecha con esas plantas me moriré." "¡Pero no puedo entrar en el jardín de la Maga Violenta! ¡Se pondría furiosa contra mí!". "¡Tú verás lo que haces! ¡Yo me moriré si no puedo comer una ensalada de rapónchigos!".

   El pobre marido se quedó preocupadísimo. Y como quería mucho a su mujer y estaba muy ilusionado con la llegada del hijo que esperaban, se arriesgó a entrar en el jardín de la Maga. Cuando ya casi había terminado de recoger rapónchigos, apareció la Maga Violenta: "¡Robando mis hortalizas! ¡Esto te va a costar caro! ¿No sabes que puedo castigarte de una manera terrible?". "Oh, señora Maga, tenga usted piedad!". Y el buen hombre le contó que su mujer esperaba un hijo y que había tenido el antojo de cenar rapónchigos en ensalada. 

   La Maga escuchó atentamente lo que el hombre le decía y luego contestó: "Bien, bien, vecino. Conque vais a tener un hijo, ¿eh? Te voy a proponer un trato: yo dejaré que cojas de mi huerta tantos rapónchigos como tu mujer quiera comer y tú me darás a tu hijo en cuanto nazca." El pobre hombre estaba tan asustado que aceptó el trato. Su mujer comió ensalada de rapónchigos todos los días. 

   Y sucedió que la mujer tuvo una preciosa niña. El mismo día de su nacimiento se presentó la Maga Violenta. Tomó a la criatura, la envolvió en su mantón y se la llevó a su casa. Y le puso por nombre Rapunzel, que quiere decir rapónchigo. La cuidó durante muchos años y le dio una esmerada educación. Cuando Rapunzel cumplió doce años se había convertido en una bellísima jovencita. Para que nadie pudiera alejarla de su lado, la Maga Violenta se la llevó a un bosque espesísimo. Construyó allí una torre muy alta que no tenía puerta ni escalera; solamente tenía tenía una ventanita en la parte más alta. Y allí encerró a la muchacha.

   Cada día la maga Violenta venía a visitar a Rapunzel. Llegaba hasta el pie de la torre y gritaba: "¡Rapunzel! ¡Rapunzel! ¡Échame tus trenzas!". Rapunzel tenía un pelo espléndido y larguísimo. Echaba sus trenzas por la ventana y la Maga Violenta trepaba por ellas hasta entrar dentro de la torre. 

   Un día, el hijo del Rey, que iba de cacería y se había extraviado, vio la extraña torre. Se quedó mirandola un rato y tuvo ocasión de ver cómo la Maga subía hasta lo alto por las trenzas de oro de Rapunzel. Le llenó de curiosidad lo que había visto y todavía creció su interés cuando oyó una dulce canción que sonaba allá en lo alto de la torre. El Príncipe consiguió reunirse con sus compañeros, pero ya no pudo olvidar la extraña torre y la hermosa voz que cantaba dentro de ella. Volvió otro día al pie de la torre y buscó una entrada pero no la halló y entonces se decidió a gritar la llamada que había oído a la Maga. Dijo: "¡Rapunzel! ¡Rapunzel! ¡Échame tus trenzas!".

   Al momento las trenzas colgaron desde la ventana hasta el alcance de sus manos. El Príncipe trepó por ellas. Al principio, Rapunzel se quedó muy asustada cuando vio al Príncipe ante ella; pero el hijo del Rey supo hablarle con palabras tan amables que consiguió tranquilizarla.

   El Príncipe y Rapunzel se hicieron muy amigos. El venía a verla todos los días, cuando sabía que la Maga Violenta no estaba con ella. Entre los dos planearon una estratagema para que Rapunzel pudiera escapar de su encierro y marchar a palacio para casarse con el Príncipe. "Tráeme cada día que vengas a verme una madeja de hebras de seda -pidió Rapunzel-. Yo tejeré con ellas una escala y así un día podré descender de la torre y montar en tu caballo para irme contigo." Y Rapunzel comenzó a tejer la escala. La Maga Violenta no sabía nada de este trabajo porque no podía sospechar ni remotamente lo que estaba ocurriendo.

   Pero un día, cuando la Maga acababa de subir a la torre, Rapunzel comentó: "El Príncipe sube muchísimo más deprisa que vos." "¡Ah, pícara! ¿Qué es esto que oigo? ¡Así que has estado engañándome todo este tiempo! ¿eh? Yo creía que te tenía bien guardada y tú estabas recibiendo al Príncipe. Bien todavía es tiempo de cortar por lo sano." Tomó unas tijeras y cortó las hermosas trenzas de Rapunzel. Luego la agarró de la mano y, por arte de encantamiento, la hizo volar con ella por los aires y la dejó abandonada en lo más espeso del bosque. La Maga Violenta volvió a la torre y aguardó.

   No pasó mucho tiempo antes de que se oyera la voz del Príncipe que decía: "¡Rapunzel! ¡Rapunzel! ¡Échame tus trenzas!". La Maga echó las trenzas por la ventanita y el joven trepó por ellas. Cuando llegó arriba, en vez de la hermosa cara de Rapunzel, vio la fea cara de la Maga. "Has venido a ver a tu novia, ¿verdad? ¡Pues no la encontrarás nunca! ¡Fuera de aquí!". La Maga empujó al Príncipe, que cayó desde lo alto de la torre sobre unos matorrales de acacias espinosas. No se mató, pero las espinas le arañaron los ojos y se quedó ciego. Comenzó a vagar por el bosque a tientas, sintiéndose el más desgraciado de los mortales. 

   Y un día, en que ya estaba a punto de morir de hambre y de tristeza, oyó una dulce voz que cantaba. La reconoció en seguida y fue siguiendo la dirección que le indicaba el sonido de la triste canción. Cuando estuvo bastante cerca gritó: "¡Rapunzel! ¡Rapunzel! ¡Ven en mi ayuda!". Y la muchacha salió a su encuentro. Al verle en aquella mísera condición, Rapunzel lloró apenada. Sus lágrimas cayeron sobre los ojos del Príncipe que, al instante, quedaron sanos. Rapunzel y el Príncipe se casaron y fueron muy felices. De la Maga Violenta no se volvió a saber nada, aunque algunos aseguran que sigue criando hermosísimos rapónchigos en su huerta.

Merlín el mago 



   Hace muchos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que batallaban entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther. La madre del niño murió al poco de nacer éste, y el padre se lo entregó al mago Merlín con el fin de que lo educara. El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.

   Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas. Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía: "Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra."

   Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar. Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de que había olvidado la espada de Kay en la posada.

   Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada. Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.

   Arturo le explicó lo ocurrido. Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.

   Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.

   Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.

   Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo. "Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti."

   Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas. Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia. Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor. Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía: "Esta es la espada Excalibur. Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra."

   Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro. Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar. Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de que había olvidado la espada de Kay en la posada.

   Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada. Arturo no sabía qué hacer. Sin espada, Kay no podría participar en el torneo. En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur. Acercándose a la roca, tiró del arma. En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia. Corrió hasta Kay y se la ofreció. Kay se extrañó al ver que no era su espada.
Arturo le explicó lo ocurrido.
 
   Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre. Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar. Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió. Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos. Sobre su cabeza volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.

   Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad. Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.

   Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo. Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo. Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín. 

   Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino. Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo. "Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-. Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti." 

Hansel y Gretel 



Allá a lo lejos, en una choza próxima al bosque vivía un leñador con su esposa y sus dos hijos: Hansel y Gretel. El hombre era muy pobre. Tanto, que aún en las épocas en que ganaba más dinero apenas si alcanzaba para comer. Pero un buen día no les quedó ni una moneda para comprar comida ni un poquito de harina para hacer pan. "Nuestros hijos morirán de hambre", se lamentó el pobre esa noche. "Solo hay un remedio -dijo la mamá llorando-. 
   
   Tenemos que dejarlos en el bosque, cerca del palacio del rey. Alguna persona de la corte los recogerá y cuidará". Hansel y Gretel, que no se habían podido dormir de hambre, oyeron la conversación. Gretel se echó a llorar, pero Hansel la consoló así: "No temas. Tengo un plan para encontrar el camino de regreso. Prefiero pasar hambre aquí a vivir con lujos entre desconocidos". 

   Al día siguiente la mamá los despertó temprano. "Tenemos que ir al bosque a buscar frutas y huevos -les dijo-; de lo contrario, no tendremos que comer". Hansel, que había encontrado un trozo de pan duro en un rincón, se quedó un poco atrás para ir sembrando trocitos por el camino.

   Cuando llegaron a un claro próximo al palacio, la mamá les pidió a los niños que descansaran mientras ella y su esposo buscaban algo para comer. Los muchachitos no tardaron en quedarse dormidos, pues habían madrugado y caminado mucho, y aprovechando eso, sus padres los dejaron. Los pobres niños estaban tan cansados y débiles que durmieron sin parar hasta el día siguiente, mientras los ángeles de la guarda velaban su sueño. 

   Al despertar, lo primero que hizo Hansel fue buscar los trozos de pan para recorrer el camino de regreso; pero no pudo encontrar ni uno: los pájaros se los habían comido. Tanto buscar y buscar se fueron alejando del claro, y por fin comprendieron que estaban perdidos del todo. Anduvieron y anduvieron hasta que llegaron a otro claro. ¿A que no sabéis que vieron allí? Pues una casita toda hecha de galletitas y caramelos. 

   Los pobres chicos, que estaban muertos de hambre, corrieron a arrancar trozos de cerca y de persianas, pero en ese momento apareció una anciana.

   Con una sonrisa muy amable los invitó a pasar y les ofreció una espléndida comida. Hansel y Gretel comieron hasta hartarse. Luego la viejecita les preparó la cama y los arropó cariñosamente. Pero esa anciana que parecía tan buena era una bruja que quería hacerlos trabajar. Gretel tenía que cocinar y hacer toda la limpieza. 

   Para Hansel la bruja tenía otros planes: ¡quería que tirara de su carro! Pero el niño estaba demasiado flaco y debilucho para semejante tarea, así que decidió encerrarlo en una jaula hasta que engordara. ¡Gretel no podía escapar y dejar a su hermanito encerrado!

   Entretanto, el niño recibía tanta comida que, aunque había pasado siempre mucha hambre, no podía terminar todo lo que le llevaba. Como la bruja no veía más allá de su nariz, cuando se acercaba a la jaula de Hansel le pedía que sacara un dedo para saber si estaba engordando. Hansel ya se había dado cuenta de que la mujer estaba casi ciega, así que todos los días le extendía un huesito de pollo. "Todavía estás muy flaco -decía entonces la vieja-. ¡Esperaré unos días más!". 

   Por fin, cansada de aguardar a que Hansel engordara, decidió atarlo al carro de cualquier manera. Los niños comprendieron que había llegado el momento de escapar. Como era día de amasar pan, la bruja había ordenado a Gretel que calentara bien el horno. 

   Pero la niña había oído en su casa que las brujas se convierten en polvo cuando aspiran humo de tilo, de modo que preparó un gran fuego con esa madera. "Yo nunca he calentado un horno -dijo entonces a la bruja-. ¿Por que no miras el fuego y me dices si está bien?". "¡Sal de ahí, pedazo de tonta! -chilló la mujer-. ¡Yo misma lo vigilaré!". Y abrió la puerta de hierro para mirar. En ese instante salió una bocanada de humo y la bruja se deshizo. Solo quedaron un puñado de polvo y un manojo de llaves. 

   Gretel recogió las llaves y corrió a liberar a su hermanito. Antes de huir de la casa, los dos niños buscaron comida para el viaje. Pero, cual sería su sorpresa cuando encontraron montones de cofres con oro y piedras preciosas! Recogieron todo lo que pudieron y huyeron rápidamente.

   Tras mucho andar llegaron a un enorme lago y se sentaron tristes junto al agua, mirando la otra orilla. ¡Estaba tan lejos! “¿Queréis que os cruce?”, preguntó de pronto una voz entre los juncos. Era un enorme cisne blanco, que en un santiamén los dejó en la otra orilla. ¿Y adivinen quien estaba cortando leña justamente en ese lugar? ¡El papá de los chicos! Sí, el papá que lloró de alegría al verlos sanos y salvos. 

   Después de los abrazos y los besos, Hansel y Gretel le mostraron las riquezas que traían, y tras agradecer al cisne su oportuna ayuda, corrieron todos a reunirse con la mamá.

Bambi 


Érase una vez un bosque donde vivían muchos animales y donde todos eran muy amiguitos. Una mañana un pequeño conejo llamado Tambor fue a despertar al búho para ir a ver un pequeño cervatillo que acababa de nacer. Se reunieron todos los animalitos del bosque y fueron a conocer a Bambi, que así se llamaba el nuevo cervatillo. 

   Todos se hicieron muy amigos de él y le fueron enseñando todo lo que había en el bosque: las flores, los ríos y los nombres de los distintos animales, pues para Bambi todo era desconocido.

   Todos los días se juntaban en un claro del bosque para jugar. Una mañana, la mamá de Bambi lo llevó a ver a su padre que era el jefe de la manada de todos los ciervos y el encargado de vigilar y de cuidar de ellos. Cuando estaban los dos dando un paseo, oyeron ladridos de un perro. "¡Corre, corre Bambi! -dijo el padre- ponte a salvo". "¿Por qué, papi?", preguntó Bambi. 

   Son los hombres y cada vez que vienen al bosque intentan cazarnos, cortan árboles, por eso cuando los oigas debes de huir y buscar refugio.

   Pasaron los días y su padre le fue enseñando todo lo que debía de saber pues el día que él fuera muy mayor, Bambi sería el encargado de cuidar a la manada. Más tarde, Bambi conoció a una pequeña cervatilla que era muy muy guapa llamada Farina y de la que se enamoró enseguida. 

   Un día que estaban jugando las dos oyeron los ladridos de un perro y Bambi pensó: "¡Son los hombres!", e intentó huir, pero cuando se dio cuenta el perro estaba tan cerca que no le quedó más remedio que enfrentarse a él para defender a Farina. Cuando ésta estuvo a salvo, trató de correr pero se encontró con un precipicio que tuvo que saltar, y al saltar, los cazadores le dispararon y Bambi quedó herido.

   Pronto acudió su papá y todos sus amigos y le ayudaron a pasar el río, pues sólo una vez que lo cruzaran estarían a salvo de los hombres, cuando lo lograron le curaron las heridas y se puso bien muy pronto.

   Pasado el tiempo, nuestro protagonista había crecido mucho. Ya era un adulto. Fue a ver a sus amigos y les costó trabajo reconocerlo pues había cambiado bastante y tenía unos cuernos preciosos. El búho ya estaba viejecito y Tambor se había casado con una conejita y tenían tres conejitos. 

   Bambi se casó con Farina y tuvieron un pequeño cervatillo al que fueron a conocer todos los animalitos del bosque, igual que pasó cuando él nació. Vivieron todos muy felices y Bambi era ahora el encargado de cuidar de todos ellos, igual que antes lo hizo su papá, que ya era muy mayor para hacerlo.

El patito feo 



   En una hermosa mañana primaveral, una hermosa y fuerte pata empollaba sus huevos y mientras lo hacía, pensaba en los hijitos fuertes y preciosos que pronto iba a tener. De pronto, empezaron a abrirse los cascarones. A cada cabeza que asomaba, el corazón le latía con fuerza. 

   Los patitos empezaron a esponjarse mientras piaban a coro. La madre los miraba eran todos tan hermosos, únicamente habrá uno, el último, que resultaba algo raro, como más gordo y feo que los demás. Poco a poco, los patos fueron creciendo y aprendiendo a buscar entre las hierbas los más gordos gusanos, y a nadar y bucear en el agua. Cada día se les veía más bonitos. 

   Únicamente aquel que nació el último iba cada día más largo de cuello y más gordo de cuerpo.... La madre pata estaba preocupada y triste ya que todo el mundo que pasaba por el lado del pato lo miraba con rareza. Poco a poco el vecindario lo empezó a llamar el "patito feo" y hasta sus mismos hermanos lo despreciaban porque lo veían diferente a ellos. 



   El patito se sentía muy desgraciado y muy sólo y decidió irse de allí. Cuando todos fueron a dormir, él se escondió entre unos juncos, y así emprendió un largo camino hasta que, de pronto, vio un molino y una hermosa joven echando trigo a las gallinas. Él se acercó con recelo y al ver que todos callaban decidió quedarse allí a vivir. 

   Pero al poco tiempo todos empezaron a llamarle "patito feo", "pato gordo"..., e incluso el gallo lo maltrataba. Una noche escuchó a los dueños del molino decir: "Ese pato está demasiado gordo; lo vamos a tener que asar". El pato enmudeció de miedo y decidió que esa noche huiría de allí. Durante todo el invierno estuvo deambulando de un sitio para otro sin encontrar donde vivir, ni con quién. Cuando llegó por fin la primavera, el pato salió de su cobijo para pasear. 

   De pronto, vio a unos hermosos cisnes blancos, de cuello largo, y el patito decidió acercarse a ellos. Los cisnes al verlo se alegraron y el pato se quedó un poco asombrado, ya que nadie nunca se había alegrado de verlo. Todos los cisnes lo rodearon y lo aceptaron desde un primer momento. 

   Él no sabía que le estaba pasando: de pronto, miró al agua del lago y fue así como al ver su sombra descubrió que era un precioso cisne más. Desde entonces vivió feliz y muy querido con su nueva familia.

martes, 19 de febrero de 2013


La aventura de los animales de la selva


Había una vez un Elefante muy tragón. Cansado de comer las plantas de la selva, decidió irse al Zoológico.

   El Elefante llamó a la Tortuga y le contó que se iba al Zooológico y le dijo que llame a los animales que quisieran ir con él, La tortuga dormilona, cansada que no la dejen dormir, le dijo:

- ¡Estas loco! ¿Cómo vas a hacerlo? y el Elefante le dijo:

- ¡Llamalos a todos! y la Tortuga le contestó - Está bien, está bien .....ya voy.

   Entonces vinieron el León malo, triste de no tener niños para asustar y el Mono aburrido de comer plátanos todo el día. Todos ellos decidieron irse al Zoológico con el Elefante.

   Al otro día, el Elefante los despertó a todos muy temprano para hacer elplan e ir al zoológico. Se escondieron entonces en un barco que iba a la ciudad. viajaron todo el dia y la noche. Al día siguiente el Mono se despertó y les dijo a sus amigos:


- Llegamos amigos, ¡estamos en el zoológico!


- ¡Despierten!

   Esperaron la noche para salir camino al Zoológico, cuando llegaron se encontraron con el avestruz que estaba desesperada por salir del zoológico.

- ¿Por qué te quieres ir? dijo la Tortuga

- Porque no tengo espacio para correr, todo el día estoy encerrada en esta jaula - dijo el avestruz. Y el pinguino triste dijo:

-Acá no hay frío amigos

- Si! - le dijo el Gorila fortachón desde su jaula- aquí tampoco podemos salir de nuestras jaulas, ¡ayudenos a salir!

   El Elefante al escuchar lo que le iban disiendo los animales, se puso triste porque no era el zoológico como él pensaba y decidió salvar a los animales del Zoológico y ayudarlos a salir y escapar de su jaulas... Entonces el León malo le dijo:

- ¡Estas loco! yo no quiero regresar, ¡yo quiero asustar niños!

- ¡Estas loco! dijo el Gorila - sí tú asustas a un solo niño, te dejan sin comer todo el día y te castigan mucho. Aqui los niños vienen a divertirse.

Entonces dijo el León, - vamonos de aqui, hay que salvarlos y ¡salir pronto!

   Así comenzaron a abrir las jaulas con las llaves que encontró el Mono en la caseta del guardia que dormía y en silencio salieron todos los animales al puerto.

   Al llegar, encontraron un barco que estaba a punto de partir, corrieron y saltaron y se escondieron en el depósito del barco, para que nadie los viera.

   Y cuando llegaron a la selva, todos los otros animales los esperaban felices,  organizaron una fiesta y no querían volver a quejarse de lo que tenían.
Bibliografías:

  • Pekegifs.(2004). Recuperdado el 5 de marzo del 2013, de http://www.pekegifs.com/cuentos_infantiles.htm.
  • Dibuj@lia. Recuperado el 5 de marzo del 2013, de http://dibujalia-md.blogspot.mx/2009/03/cuentos-clasicos.html